Buenos días, buenas tardes o
buenas noches, depende del momento en el que saquéis un poquito de vuestro
valioso tiempo para leer mis historias.
En el post de hoy os explicare mi primer viaje y mi primera visita
después de un mes fuera de casa.
Para semana santa vino a
visitarme mi madre (una de las personas, que sin imaginármelo antes de
emprender mi viaje, echaba más de menos) y, como a venturera que es, me
propuso, junto algunas de mis compañeras y amigas de esta experiencia, de ir a
visitar Kraków, las minas de sal de “Wielicka”, las montañas de “Zakopane” y el
campo de concentración de Auschwitz, como ya os comente en el post anterior.
Nuestra aventura comenzó alquilando un coche
para poder desplazarnos hasta nuestros destinos. Esta parte fue bastante
caótica (madre mía con los neerviioosss!! Jajaja); después de una hora
intentando llegar a la recogida del vehículo de alquiler, lo encontramos. Una
vez allí nos atendió un muchacho muy majo, nos hizo el “check-in” y nos entregó
las llaves del que iba a ser nuestro medio de transporte durante los próximos
cuatro días.
Nos dirigimos al parking donde se
encontraba un Mercedes-Benz GL 200 (o en mi total desconocimiento de modelos de
coches, un meeerceedacooo de cuidao). Metimos el equipaje en el maletero, nos
subimos al coche, mi madre se adaptó el asiento para poder conducir con
comodidad y pareció estar todo listo para emprender nuestro viaje… Cuando de
repente nos dimos cuenta que el coche no tenía marchas(omaitaa😱!). En ese
momento, el primer pensamiento fue que al ser automático era normal que no tuviera
marchas (pero es que no tenía ni la palanca de pa’lante pa’trás, estacionado o
en movimiento), pero tenía que tener algo para poder indicar la dirección del
vehículo y nosotras no lo encontrábamos. Suerte que por el parking apareció uno
de los encargados y nos explicó que se hacía desde la palanca del intermitente
y que todo lo demás funcionaba igual que un coche corriente. Después de este
pequeño percance, debido a nuestra ignorancia en nuevas tecnologías,
emprendimos ruta hacia Kraków.
Después de 5 horas de viaje,
debido a las maravillosas obras que
integran las carreteras por las que pasamos, llegamos al destino.
El primer día visitamos
“Wielicka” dónde se encuentra una de las minas de sal más antiguas del mundo, explotada
sin interrupción desde el siglo XIII, con una profundidad de 327 metros y una
longitud superior a los 300 kilometros.
El recorrido completo dura como unas 3 horas,
ya que en nuestro caso íbamos con un grupo guiado en el que nos iban contando
la historia de cada uno de los rincones por los que pasábamos.
En mi opinión es uno de los
lugares de obligada visita si vas a Polonia, ya que es impresionante todo lo
que hay construido a tantos metros bajo tierra.
Nos adentramos entre sus calles, sus plazas, su paseo por el río, su
castillo y cada paso que dábamos nos encontrábamos con más gente bien arreglada, con cestas en las manos (llenas de
comida) que se dirigían a las diferentes iglesias de la ciudad para bendecirlas.
En este país es tradición en pascua llevar las cestas a bendecir y comerse el
contenido de las mismas al día siguiente para desayunar. Era bastante curioso
de ver.
De esta ciudad se podría destacar
su estilo medieval en su centro histórico y la mayoría de las calles y la
cantidad de turistas que visitan la ciudad debido a que ha sido una de las más
importantes del país.
Y por último visitamos Zakopane,
unos de los pueblos más destacados por tener cerca una de las montañas con mejores
vistas, a la cual se puede acceder mediante funicular o telesilla.
Primero, nos dirigimos a hacer un
poco de senderismo y encontramos un lugar en lo alto de la naturaleza con una cascada
de lo más conocida por la zona. Después de estar toda la mañana perdidas por la
tranquilidad y la paz que aportaba ese lugar, fuimos para el pueblo en busca de
algún lugar para comer y luego visitar un poco la localidad.
Comimos en un restaurante polaco
en el que tuvimos un pequeño percance a la hora de pedir la bebida, ya que nos
apetecía una cerveza y le pedimos una jarra de medio litro. Nos dimos cuenta
que no lo habíamos pedido bien o que el camarero no nos entendió, cuando de
repente apareció con un surtidor de 2 litros de cerveza🍻(experiencias que te
pasan cuando no conoces muy bien un idioma). Una vez comidas y sobretodo nada sedientas,
fuimos a pasear un poco por el pueblo.
Una de las cosas más curiosas y
sobretodo más divertidas de la visita a Zakopane, fue el momento en el que
encontramos una casa del revés y, además, inclinada. Se ve que es uno de los
lugares más conocidos por los turistas debido a su originalidad y al buen rato
que te hace pasar.
Sin duda de este viaje me quedo
con las risas, los momentos de nerviosismo y tensión que luego acaban
valiéndose en carcajadas al recordarlo, pero sobretodo me quedo con los buenos
momentos y el recargue de energía que fue para mí reencontrarme con mi madre💖.
Y con las pilas bien cargadas y
feliz de poder sentir y disfrutar de cada momento de esta experiencia, me
despido de vosotros hasta el siguiente post.
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